17 de enero de 2025

Ningún miedo a la libertad

Liberal y libertario no son conceptos sinónimos. Se parecen bastante y a veces solemos usarlos indistintamente. El liberal respeta al Estado, aunque preferiría solamente encomendarle tareas de seguridad, justicia y defensa; en menor escala, salud y educación. Mordiéndose la lengua, alguna agencia de ayuda social. Por el lado libertario, sin Estado, mejor. Ni siquiera el Estado mínimo liberal. Nada. Anarquía. Cero gobierno. Cada uno por su lado, de acuerdo a lo que sabe y puede hacer. Asunto de privados. En este paraíso de la libertad libertaria ganará el más fuerte. Un nimio detalle para los seguidores de Milei.

Digamos, asimismo, que el liberal y el libertario tienen una coincidencia de fondo: auspician la economía de libre mercado, garante de la sacra propiedad privada, en un marco de ausencia inexorable de regulaciones públicas. La libre competencia, arguyen, acomoda calidad y precios…

Quienes aceptamos del Estado su participación equilibrada y solidaria en la sociedad pluralista (y capitalista) del siglo 21, que regule al mercado según los dictados de la Constitución y las leyes, con división de poderes y prevalencia del derecho, es decir, con mucha democracia republicana, de ningún modo aceptamos la libertad absoluta que, como el poder absoluto, también corrompe absolutamente.

En tanto, quienes buscan secuestrar el término libertad, desde una teoría primaria, solo conseguirán desprestigiar este concepto determinante de la nacionalidad. Liberales fueron todos los Padres Fundadores de la Patria. Pero de una época superada y poco estudiada, cuando ser conservador era abrazar y concretar la idea de progreso. De ahí que avalar hoy la concepción libertaria de la libertad implique un retroceso fenomenal, que profundiza la decadencia y la esclavitud de los argentinos.

Armonizar el diálogo entre libertad y justicia social es la salida del laberinto por arriba.

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