Chacho Jaroslavsky, la política como pasión
Por Horacio E. Poggi
“El pensamiento activo de la gente se expresa en el voto y en los cambios de tendencia de la opinión. Escuchar esas voces es un deber del político”. *César “Chacho” Jaroslavsky
La Generación del 83 tiene próceres políticos ignorados, olvidados y, en el peor de los casos, impugnados. Uno de ellos es César “Chacho” Jaroslavsky. Pero antes de continuar conviene definir qué entendemos por “Generación del 83”. Consideramos que se trata del conjunto pluralista de hombres y mujeres que participó de la resistencia a la última dictadura cívico-militar, que enarboló el proyecto colectivo de la recuperación democrática y que votó, por primera vez, el 30 de octubre de aquel año.
Esta Generación estuvo marcada por la recuperación transitoria de las Islas Malvinas. Es por eso que algunos ensayistas han hablado de “Generación Malvinas” (Gustavo Beliz, por ejemplo). Lamentablemente, detrás de esa denominación, se han escondido sectores poco propensos a aceptar las reglas del juego democrático. Entendemos que la Guerra Austral no excluye a la Generación del 83, ni tampoco la integra a una concepción nostálgica del mito castrense. La Generación del 83 es, también, la causa nacional de Malvinas y la causa nacional de Malvinas es la causa de la democracia republicana, incorporada en la Constitución Reformada de 1994.
Aventadas dudas subalternas y explorando conceptos provisionales, pasamos a revisitar aspectos sobresalientes de la actuación pública y partidaria de Chacho Jaroslavsky, quien con su estilo pasional –comparable al de Arturo Jauretche- defendió a la presidencia de Raúl Alfonsín desde la titularidad del Bloque de Diputados Nacionales de la Unión Cívica Radical (UCR), entre 1983 y 1989, prolongándose su actuación legislativa hasta el 10 de diciembre de 1991. En 1994 fue convencional constituyente y en 1995, jefe de campaña del candidato presidencial de la UCR Horacio Massaccesi.
Figura fornida, cabellera rubia peinada a la gomina, bigotes acariciados por tenues hilos de nicotina y una voz grave, le daban a su estampa criolla una prestancia particular, acompañada por latiguillos secos y algún insulto pintoresco, de reminiscencia arltiana, como aquel “rajá, turrita, rajá” que leemos en Los siete locos.
Jaroslavsky, respetuoso y caballero, descolló en el debate de ideas. No fue un intelectual académico. Fue un militante de la palabra ajustada a la convicción partidaria y al oficialismo gobernante que le tocó reivindicar y defender, con pasión y devoción cívica, en el Congreso, en la tribuna y en los medios de comunicación. Un gladiador democrático que, bajo cualquier circunstancia, su apego sustantivo a la normativa constitucional. El discurso parlamentario, en el Chacho, era un medio y no un fin en sí mismo. Si el discurso parlamentario deviene en sucesión de parrafadas justificadoras del más osado de los proyectos, cae en el terreno de la falsedad ideológica, en la propaganda de comité que intoxica la conversación pública y daña la institucionalidad. Para defender con solvencia la iniciativa oficial, el Chacho entrerriano primero agotaba la instancia del acuerdo, parándose en la vereda opuesta del “golpear para negociar” de Augusto Timoteo Vandor.
La conducta de Jaroslavsky demuestra que, en la vida parlamentaria, acordar es avanzar en los consensos, es desbloquear la cerrazón fundamentalista, es sancionar leyes del pueblo y para el pueblo. Sin embargo, se arriba al acuerdo –punto de partida del consenso- en la medida que se concibe a la política como un ámbito de construcción positiva y campo de propuesta, donde queda superada la lógica amigo-enemigo por la lógica amigo-amigo, es decir, cuando el otro es un adversario y potencial aliado en la consecución del bienestar general.
A la hora de defender el Pacto de Olivos, que diera curso a la reforma constitucional de 1994, el Chacho argumentó:
“Si sostenemos que la posibilidad misma de un acuerdo entre gobierno y oposición es reprochable, tenemos que admitir en última instancia que queremos que sea la guerra la que presida el debate. Conocimos la Argentina que planteó estas cosas, no queremos volver a ella. Pero si el planteo es que no hay posibilidad alguna de pacto, obviamente, corresponde en enfrentamiento que solamente se resuelve cuando se ha destruido al enemigo. Quienes acataron el pacto solamente porque era un pacto deberían estar dispuestos, para ser coherentes consigo mismos, a aceptar que eligen la lógica de la guerra”.
Y añadió: “Así fueron las relaciones entre el peronismo y el radicalismo entre 1945 y 1972. En ese mundo, la existencia misma del Partido Justicialista se leía como derrota radical. El mundo político perfecto, el mundo político ideal, era uno donde el peronismo hubiese desaparecido. Los muy jóvenes no se acuerdan, pero existió una palabrita que lo explicaba todo: había que desperonizar al movimiento obrero y de ese modo se democratizaba la sociedad argentina”.
Para concluir: “El abrazo de Perón con Ricardo Balbín puso fin a esa guerra, pero aún quedan gorilas en la Unión Cívica Radical, y también en el justicialismo”.
Otro tema que obsesionaba a Jaroslavsky, a fin de salvaguardar la honorabilidad de la política, fue el tratamiento que el periodismo suele darles a las denuncias por supuesta corrupción. El Chacho siempre preservó una línea ética, nunca estuvo involucrado en ningún escándalo que pusiera en tela de juicio su honestidad. Por eso, fustigaba las posiciones mediáticas sensacionalistas. Porque tenía una autoridad moral a toda prueba.
A mediados de los 90, sostenía que “la corrupción se ha trivializado hasta un punto inconcebible. Hoy basta cualquier denuncia para defenestrar a cualquiera”. Y aclaraba: “No se trata de decir que el enriquecimiento ilícito no existe en la política, se trata de no volver el tema tan fácil, tan trivial, tan expeditivo (…) Yo pregunto: ¿Un político democrático puede aceptar que cualquier hombre público pueda ser objeto de un juicio sumarísimo y fusilamiento instantáneo? No. Nadie merece ese trato”.
¿Por qué el Chacho rechazaba sin contemplaciones lo que denominaba “el show de la corrupción”? Porque vislumbraba que detrás del desprestigio de la política se escondía la antipolítica, tan funcional a las minorías del privilegio. Pisotear la honra de los políticos conllevaba a la desjerarquización institucional de la República. Había ocurrido en la antesala de todos los golpes militares. Siempre la misma acusación de los salvadores de la Patria que asumían el poder para terminar con la corrupción generalizada…. Lejos de actuar por espíritu de cuerpo, Jaroslavsky buscaba contrarrestar la desconfianza en las instituciones que arrastraba al propio sistema.
De ahí que alertara: “Como la sociedad tiene la convicción de que la política es algo sucio e irrecuperable, el negocio de la prensa se aprovecha de ella y le organiza el show de la sospecha generalizada. Acá hay un problema ético gravísimo, del cual nadie dice nada”.
No metía a todos los periodistas en la misma bolsa, ni tampoco renegaba de las empresas periodísticas, pero explicaba que “en la misma estructura de las denuncias, tal como funcionan hoy en la vida política argentina, hay injusticia, más allá de que sean verdaderas o falsas”. Mucho menos se mostraba proclive a una ley mordaza. Planteaba, casi con desesperación, que “las denuncias deben hacerse con fundamento, y que debe existir un mecanismo legal para garantizar a los ciudadanos que si su nombre es puesto en cuestión, la situación será rápidamente esclarecida por el poder judicial. No se trata de evitar que se publiquen imputaciones, sino de hacer que investiguen sus fundamentos”.
De ese modo, consideraba el Chacho, “se contribuirá a quitar a las denuncias el rol bastardo que tienen hoy en la política argentina: no solamente son armas sucias del internismo y el enfrentamiento, sino que han reemplazado el debate. La prensa no discute ideas, incrimina. En verdad, no se discuten ideas en la Argentina de hoy, y la prensa acompaña esa realidad: cada vez es más superficial y más sensacionalista”.
A casi 30 años de publicados esos conceptos, la realidad de 2023 nos describe un panorama político anémico, en cuanto al debate de ideas, y su agravamiento por la emergencia de rancias cantinelas antipolíticas que colocan a la institucionalidad ante el abismo del descrédito público y de su derrumbe.
“Pareciera que no se comprende –concluye Jaroslavsky- que esto es crucial: cuando la sentencia legítima es la de la prensa, cuando la del juez no es creíble, el sistema democrático peligra. Cuando la justicia funciona, aparece un punto de inflexión a partir del cual se afianza el sistema y puede abrirse paso una nueva cultura”.
La nueva cultura, añorada por el Chacho, profundamente democrática, pluralista y tolerante, sigue siendo un desafío. Pero se erige en herramienta eficaz para vigorizar el acuerdo republicano de los partidos, que, inspirados en el abrazo de Perón y Balbín de 1971, en la Multipartidaria de 1981, en Semana Santa de 1987, en el Pacto de Olivos de 1993, en el Diálogo Argentino de 2002, asuman la superación de la grieta vigente y diseñen, con realismo y grandeza, un proyecto de nación socialmente justo, económicamente libre, ecológicamente sustentable y políticamente soberano.
Nahum César “Chacho” Jaroslavsky nació el 3 de mayo de 1928, en Victoria, provincia de Entre Ríos. Participó de la movilización del 17 de octubre de 1945, pero no se sumó al Peronismo por percibir ribetes antisemitas en la incipiente fuerza popular. Pocos después quedaría demostrado que esos dislates de minorías nacionalistas eran ajenos a la filosofía política del General Perón. Tuvo destacada actuación juvenil en la UCR entrerriana, incursionó en el periodismo regional, acompañó a Alfonsín en la fundación del Movimiento de Renovación y Cambio. Constructor de consensos, desempeñó con brillantez cargos legislativos que ayudaron a consolidar la transición democrática y a reformar la Constitución Nacional. Falleció en Buenos Aires el 7 de febrero de 2002. La Generación del 83 lo reivindica como uno de sus próceres políticos más preclaros, por su honradez y patriotismo.
Nota: Todos los conceptos de César “Chacho” Jaroslavsky, que se mencionan en este artículo, pertenecen a su obra Hay otro camino, Buenos Aires, Emecé, 1996.