2 de diciembre de 2024

Los partidos políticos a 122 años

En la tranquilidad de en este tiempo que me toca vivir encontré en la biblioteca un viejo libro del autor bielorruso Moisés Ostrogorsky (1854-1921) sobre La democracia y los partidos políticos de 1902.

Lo primero que llama la atención es la actualidad de sus planteos y la similitud de su discurso y el de nuestro presente, 122 años después.

De lo poco que se sabe de su vida sabemos que estudió derecho en San Petesburgo; trabajó en el ministerio de justicia del Zar; viajó luego a perfeccionarse en París, Inglaterra y Estados Unidos, donde salió publicado el libro por primer vez; fue elegido para integrar la primera Duma luego de la Revolución de 1905 y abandona la vida pública cuando ésta es disuelta. Sobre las convulsiones políticas de la Rusia posterior nada se sabe sobre él. Murió en San Petesburgo, que ya se llamaba Leningrado.

Por su originalidad lo podemos comparar con los grandes estudiosos de los partidos políticos del siglo XX como Robert Michels, Gonzalo Fernández de la Mora, Max Weber, Giuseppe Maranini, Maurice Duverger, Giovanni Sartori; Gianfranco Miglio o Dalmacio Negro Pavón. Pero no cuenta con la fama y las costosas ediciones de algunos de estos.

Su idea principal es la llamada paradoja democrática según la cual la democracia está ausente en uno de los principales sujetos de ella: los partidos políticos. Tesis que se ha sido reproducida en nuestros días por muchos autores sin mencionarlo.

Ya al comienzo del estudio afirma: “Un sistema electoral muy desarrollado no es sino un homenaje puramente formal a la democracia” (p. 26). Esta representación formal de los partidos políticos termina produciendo una camarilla, casta u oligarquía política, profundamente antidemocrática.

Su fruto es la contraproducción de aquello que afirman producir. En una palabra, los encargados de llevar a buen término a la democracia son profundamente antidemocráticos: “A los tipos de vileza que ha producido el género humano, de Caín a Tartufo, el siglo de la democracia ha añadido uno nuevo: el político” (p. 47).

En los partidos políticos no prevalece la razón democrática sino el uso de los sentimientos para ganar adeptos. El partido político es la escuela perfecta que está bajo el mandato del servilismo y la mediocridad.

Lo interesante de notar es que Moisés Ostrogorsky no está en contra de los partidos políticos sino en contra de su desvirtuación, desnaturalización, de su falsificación en la democracia moderna.

Propone que los partidos políticos dejen de ser estructuras rígidas y burocráticas que perduran eternamente. Plantea la no necesaria permanencia de los partidos políticos en el tiempo, pues ellos no son un fin en sí mismo sino un medio, como otros más, en la construcción de una sociedad democrática.

Hay que notar que M.O. no reacciona ante la existencia de los partidos políticos como suele hacerlo el pensamiento conservador invalidándolos por su oligarquía sino que busca su recuperación mediante su limitación temporal. Tienen que abrirse a la posibilidad de que existan partidos temporales en torno a las demandas particulares, lo que crearía una diversidad ideológica que hoy no tenemos.

Como vemos son propuestas actuales realizadas hace 122 años.

Alberto Buela
Arkegueta, aprendiz constante

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