El oro de los tigres
Este poema escrito por Jorge Luis Borges en los Estados Unidos, hacia 1971, contiene un lamento de amor. Un lejano deseo que el tiempo se ha encargado de borronear de la memoria, pero no así de los sentimientos. Observamos, haciendo alarde de una lectura fiel y llana, que ese color amarillo, finalmente, es el color de los cabellos de una mujer clavada, como un puñal ladino, en el alma del autor. O también puede significar una realidad existente en el mundo ideal. Un amor platónico, quizás. Inventado por el poeta. Creado con nostalgias de su edad primera, cuando visitaba al tigre de Bengala en el jardín zoológico y que sus ojos de niño, iluminados entonces, apreciaban y disfrutaban con inocencia. Luego, ya en su vejez, en el postrer silencio de la creación, aquel tigre cautivo es percibido con otra sensibilidad y una marcada tristeza. Nos queda la duda, si aquella mujer existió, y si con el paso del tiempo le fue negada, vaya a saber uno por qué. A través de una leve fantasía poética la recupera, superando la ceguera que lo ha confinado a un solo color, el amarillo. Un amor inmortal.
El oro de los tigres
Hasta la hora del ocaso amarillo
Cuántas veces habré mirado
Al poderoso tigre de Bengala
Ir y venir por e l predestinado camino
Detrás de los barrotes de hierro,
Sin sospechar que eran su cárcel.
Después vendrían otros tigres,
El tigre de fuego de Blake;
Después vendrían otros oros,
El metal amoroso que era Zeus,
E l anillo que cada nueve noches
Engendra nueve anillos y estos, nueve,
Y no hay un fin.
Con los años fueron dejándome
L os otros hermosos colores
Y ahora solo me quedan
La vaga luz, la inextricable sombra
Y el oro del principio.
Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores
Del mito y de la épica,
Oh un oro más precioso, tu cabello
Que ansían estas manos.
East Lansing, 1972.