18 de septiembre de 2024

Alberto y el neocolonialismo cultural

Somos, culturalmente, una colonia. La imposición de la ideología de género atraviesa todos los estamentos del Estado y de la sociedad civil. Los tentáculos del feminismo woke y de la cultura de la cancelación asfixian la libertad de pensar y de obrar de acuerdo con nuestras convicciones personales y familiares. La tradición, aquellos valores y virtudes que se transmitían de generación en generación, es el “patriarcado”. Es decir, el dominio del hombre en detrimento de la mujer. Por tanto, hay que “deconstruir” todo. Ergo: destruir la herencia cultural de nuestros mayores, siguiendo las directivas originadas en los campus universitarios norteamericanos. Porque el neocolonialismo cultural viene de ahí. Aunque nuestras feministas (muchas de ellas estafadas en su buena fe) crean que están librando una batalla contra el imperialismo. De todos modos, aclaremos que el feminismo woke ha sustituido la lucha de clases por la lucha sexual. Con el mismo ímpetu que en los años 60 y 70 las juventudes políticas comprometían sus vidas en enfrentar el modelo capitalista exportado por los Estados Unidos. Hoy, la lucha no es económica, es cultural. Se pelea en las redes sociales. El celular reemplazó al fusil y a la movilización callejera. Ya no es prioridad política pensar un programa económico alternativo al FMI, ni acumular fuerza social para organizar las energías transformadoras de los sectores populares. Eso demandaría la discusión de lo colectivo cuando, en realidad, lo que prevalece es lo individual, como manda el neoliberalismo. De la mano de la despolitización que convierte a la política en mala palabra. La voz de orden es hacer lo que cada uno quiera, con su cuerpo, sus ideas, etcétera. Neoliberalismo puro y duro. Progresismo de opereta. Alienación ideológica. Victoria de la frivolidad consumista en medio de la miseria y el empobrecimiento sistemático del conjunto. El gobierno que más legisló a favor del neocolonialismo cultural –condenado por el Papa Francisco- ha sido el de Alberto Fernández. Desde la despenalización del aborto hasta la creación del esperpéntico “ministerio de la mujer”. Aunque, por cuerda separada, en plena pandemia hacía de la Quinta de Olivos, un cabaret y de la Casa Rosada, un hotel alojamiento. Además, ha trascendido que, presumiblemente, golpeaba a su esposa Fabiola Yáñez. Pero esas tropelías deberá investigarlas la Justicia, aunque el linchamiento mediático -y antiperonista- está en curso. ¿Dónde quedó el principio de presunción de inocencia? ¿Dejamos de regirnos por la Constitución? ¿Acaso el papel de los jueces y fiscales es representado por la cultura de la cancelación y el feminismo woke? Son tiempos de definiciones claras y el Peronismo sigue ausente del debate real de la Argentina colonial. A los tibios los vomita Dios. Bienvenidos a la farandulización de la política.

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