La malasangre
La política es el pilar fundamental del andamiaje institucional de la República. Es un principio básico. Quien intente prescindir de ella, estará abriendo los cimientos necesarios para favorecer la construcción de un régimen autoritario. La política, entendida como el arte de diseñar consensos a través del diálogo y el respeto al pluralismo, es esencial para legislar en conjunto, acatando la Constitución y generando condiciones de estabilidad en todos los ámbitos.
Sin embargo, el mainstream libertario, impuesto por Javier Milei en su denominada batalla cultural, representa la antipolítica, es decir, la destrucción de la democracia. Esto ha desencadenado un feroz internismo dentro del gobierno, donde la hermana del presidente ha concentrado el núcleo decisional de la gestión a su exclusivo capricho. Un estilo muy peligroso, ya que carece de experiencia institucional y no proviene de la gestión del Estado. En otras palabras, no tiene ninguna expertise. Utilizamos eufemismos para señalar respetuosamente que nunca ha administrado ni un kiosco.
La conclusión es simple y definitiva: Karina Milei ha asumido la gestión política y partidaria del oficialismo. Los resultados son inciertos, pero el fracaso parece inminente. La pelea con la Vicepresidenta y Mauricio Macri deja a los libertarios en una posición incómoda. Los esfuerzos conciliadores de Guillermo Francos no son suficientes. El Pacto de Mayo firmado el 9 de Julio en Tucumán ha quedado desdibujado. ¿Quién recuerda esa foto? La quemaron en un abrir y cerrar de ojos.
Además, la economía no ofrece a los libertarios un panorama alentador. Hacen malabares con el índice inflacionario y el dólar blue. Los sueldos no han recuperado la capacidad adquisitiva perdida con la devaluación de diciembre de 2023. Las obras públicas siguen detenidas. La popularidad del Presidente está en caída libre y, en lugar de corregir, arremete contra el periodismo, la oposición legislativa y el sentido común. Por este camino, la situación del país es una olla a presión: o estalla en las calles o en las urnas. Porque ninguna gestión puede ser exitosa si está compuesta por una cáfila de profesionales de la malasangre, que buscan destruir el Estado para llenar los bolsillos de sus socios, las sanguijuelas de siempre.